Lo más extraño de todo era que estaba atado a mí mismo, y por mí mismo. No podía desprenderme de mí, pero tampoco podía estar en mí. Si la espuela me azuzaba, el freno me retenía (…) Y en esa inmovilidad hiriente de movimientos y retrocesos, yo era la cuerda y la roca, el látigo y la rienda.
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