La historia enseña que la ausencia de Dios, deshumanizando la política y la economía, las transforma en juegos literarios en los que se manipula pueblos, mercados y finanzas sin reparar (…) en las lágrimas y sudores que se vierten tras esas cifras, ni en las luchas y horrores que esas maniobras provocan.

Dios -dicen [los que creen en el instinto]- no se demuestra desde fuera, sino desde dentro.

La contingencia nos hace ascender a un principio absoluto, y la composición de las cosas a una naturaleza absolutamente sencilla.

Dios es el gran tejedor que maneja la lanzadera en el telar de la historia.