¿Quién querría vivir, hijo mío -le constesté-,

¿Quién querría vivir, hijo mío -le constesté-, si conociera lo que está por venir? Si una sola desgracia prevista nos causa tantas inquietudes vanas, la vista de una cierta emponzoñaría todos los días que la precediesen. No conviene profundizar demasiado en lo que nos rodea; y aun por eso el Cielo que nos da la reflexión para preveer nuestras necesidades, nos ha dado las mismas necesidades para que pongamos coto a nuestra reflexión

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Bernadín de Saint-Pierre, J.H., (1787) Pablo y Virgína, p. 167, Madrid: Pantaleon Aznar (1798: Traducción)

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