Las nubes estaban aquella tarde más ribeteadas de rayos que nunca. Alrededor de sus toldos morados había un festón brillante, nacarado, en el que estaban hilvanados los rayos para dar sus visos de tormentosa a la nube.

Si bien no se puede decir, sin ser un insensato, que el mundo es un disparate, el pensamiento del hombre y el alma humana son unos puros disparates. Realmente todas nuestras credulidades, nuestras deducciones y nuestras altiveces son disparates.

Despojado de su diario fugativo, el preso feliz se murió de tristeza.

La araña es la zurcidora del aire.

El seductor pesca a la mujer con doble anzuelo cuando le regala unos pendientes.

Las serpientes de las venas nos comen el corazón.

Al mar le gusta la impunidad y por eso borra toda huella en la playa.

La primavera, como los niños, comienza siendo rubia y acaba siendo morena.

En el algodón retoña la barba blanca de la experiencia de la tierra.

Las muñecas que cierran los ojos, los cierran muertos, no dormidos.

El tiempo no es oro: es purpurina.

Las gaviotas son la postdata del barco.

Las rosas se deshacen como blocs de cuartillas sin usar por el poeta

El café es la enfermería del escritor.

La experiencia de una necrología en plena juventud es sedativa y confortante. «Después de todo -se dice uno-, bien podría haber sucedido».
Acerca de la falsa noticia sobre su propia muerte aparecida en Diario de Las Palmas (13-IX-1927, pág. 3)