Creer que la Verdad, como tal, tiene un poder inherente que no conoce el error y que, gracias a éste, prevalece a pesar de presiones y persecuciones, es una visión sentimentalista. Los hombres no son más celosos de la verdad que del error, y la aplicación dirigida de sanciones legales y sociales es suficiente para conseguir detener la propagación de cualquiera de las dos.