No cojas la cuchara con la mano izquierda.
No pongas los codos en la mesa.
Dobla bien la servilleta.
Eso, para empezar.

Cada vez que decimos; «No sé », nos cerramos la puerta de nuestra propia fuente de sabiduría, que es infinita

EL GRAN HERMANO TE VIGILA.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo… como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.
Roy Batty

El señor Barón no fue realmente, en los últimos meses de su vida, más que una sombra de lo que era, como suele decirse, y ante esa sombra, que cada vez cobraba más rasgos espectrales, todos se apartaban cada vez más. Y yo mismo, como es natural, no tenía ya con la sombra de Paul la misma relación que con el Paul de antes.

Y es que, en efecto, la vida «pesa» siempre, porque consiste en un llevarse y soportarse y conducirse a sí misma. Sólo que nada embota como el hábito y de ordinario nos olvidamos de ese peso constanemente que arrastramos y somos; pero cuando una ocasión menos sólita se presenta, volvemos a sentir el gravamen.

[Él] tenía un gran deseo de descubrir algún animal, pájaro, reptil o siquiera molusco, al que pudiera dar su nombre.

A veces es difícil distinguir entre la adoración del ser amado y la adoración de uno mismo.

Hay tres maneras de conservar los estados conquistados (…), cuando están acostumbrados a vivir en libertad y conforme a sus leyes: la primera es arruinarlos.

Honradamente sirve, quien al tiempo se rinde.

¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice! [sic]
Apurar, cielos, pretendo
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Segismundo

La historia enseña que la ausencia de Dios, deshumanizando la política y la economía, las transforma en juegos literarios en los que se manipula pueblos, mercados y finanzas sin reparar (…) en las lágrimas y sudores que se vierten tras esas cifras, ni en las luchas y horrores que esas maniobras provocan.

Los argumentos que había aducido eran que hablar era propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que lo más probable era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre hablaba tanto cómo yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy difíciles de cambiar.

La palabra se pospone: su violencia es su ocultación.

A veces el destino escoge a uno de nosotros y lo tranforma en un magnífico poema; otras veces, lo pulveriza.